Antes de que mi ejemplar del libro Mis treinta años, de Mario Sorondo desaparezca – el papel se deshace cada vez que lo abro– reproduzco uno de los grabados (y el libro tiene más de treinta) porque es uno de los pocos en los que se observa el conjunto del espectáculo del Alhambra. Pertenece a La danza de los millones (1916), texto de Federico Villoch y música de Jorge Anckermann. Que se sepa, el texto no ha sobrevivido pero se relaciona con el momento en que los altos precios del azúcar trajeron un esplendor económico que justifica el vestuario de preciosos ridículos de Eloísa Trías y Blanca Becerra, acompañadas por Sergio Acebal como negrito y Pancho Bas. Detrás, un telón pintado con sus luminarias encendidas, muestra lo que se conoce como el paisajismo de sus célebres escenógrafos-pintores, Arias, Gomís y Noriega, capaces de crear una ilusión de realidad con lienzos y cartones.
En uno de los libros de crónicas de Enrique de la Osa, encontré una cita de otro visitante al que llevaron al teatro -como Cardoza y Aragón, y García Lorca– el norteamericano Waldo Frank, que encontró "en un pequeño teatro del género bufo elementos de los teatros experimentales que conjugaban en aquella etapa lo grotesco y lo cómico a la manera de Crommelynck y Chiarelli."
Ciertamente si tantas cuartillas no se hubiesen escrito sobre el teatro hasta hoy, y se lograse ver la imagen con nitidez, un negrito vestido como en la corte de Versalles con su mayúscula rosa en el ojal, sería ya de por sí algo astracanesco. Pero mientras Azorín apoyó a Muñoz Seca, principal autor del género de nombre y origen tan enigmático, la intelectualidad cubana por lo general se distanció del coliseo, o lo rechazó (el arte se confunde con la abyección escribió Sánchez Galarraga ese mismo año) hasta las vanguardias de los años veinte. Ya sabemos Carpentier prefería una mala palabra de Otero al dadme la mano señora condesa de los dramones europeos.
muy interesante como escribes
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