
Después del 22 de enero, viaja con sus compañeros al exilio a México donde reciben una tristísima recepción. En abril de 1869, todavía los Bufos luchan por ganarse la vida en Veracruz y un lector airado escribe el 16 a El Moro Muza para descaracterizar la “bravura” de los cómicos que despliegan una bandera cubana en procesión por la ciudad, entre ellas, la primera, nuestra actriz. ¿No la conoce la Habana entera?, dice “pero por la «enjundia» que demostró tener, se ha colocado en las filas de las suripantas a la la altura de Emilia C. de Villaverde y a la derecha de la Izquierdo y con su pico, al lado de la Picabia". Muley Mulé, autor de la carta, no cesa de denigrarla y recomienda que a estas pájaras las metan en jaula, muy contento porque el Congreso de México ha aprobado una ley para castigar a los bergantes.
A pesar de tanta adversidad, ya suripanta -que introduce Arderíus- es un término despectivo e insultante, no regresa con sus compañeros a la isla, cuando casi todos los Caricatos tienen un nuevo aire con el Zanjón y se queda en México, trabaja en Puebla e integra, según Gómez Haro, la compañía de Martínez Calderón. Será una de las bellezas de la bell epoque, una de las admiradas cancaneras de México.
En 1894, cuando muere, no es un compañero o escritor cubano quien escribe su obituario, sino Olavarría, el gran historiador español nacionalizado mexicano, que recuerda a "esta actriz cubana que, cuando la revolución de Yara, enarboló la bandera de la estrella solitaria en el Teatro Villanueva de la Habana, la que nos trajo Nin y Pons a México, y que después arrastró una vida de jacalón y miserias por ganar un mendrugo de pan, se prestó el sábado a desempeñar un papel en el teatro, en un sainete intitulado El hambre hace toreros. Al terminar la pieza, la sobrecogieron unos calambres, en su cuarto del escenario. Se llamó á un médico, y como a las dos de la mañana falleció entre horribles dolores. Descanse en paz la infortunada artista, o mártir, como decía Torroella."
En los libros de historia, junto a la proeza de Jacinto Valdés, el guarachero a quien se atribuye el bocadillo de " Viva la tierra que produce la caña" debía estar, con luz propia, Florinda Camps.
Muchos de los que han sido después mis proyectos largos han comenzado en el blog, con una entrada como ésta, necesitada de más búsqueda e investigación y sobre todo, de poder hurgar en las bibliotecas de Puebla.
Estremecedor leer tu crónica. El destino de quienes viven del teatro, en general, termina con una nota bohemia bajo la soledad de la miseria. Un saludo
ReplyDelete