Espero que en lugar de aguarle la fiesta a millones de cubanos para los que se abre una luz después del túnel, se medite en cuáles son las responsabilidades de unos y otros en un momento tan frágil, cuando las miradas están puestas en la reacción de un pequeño país y la madurez de sus habitantes, a los que no importa no sólo el susurro, el grito de Tatlin o el micrófono abierto, sino la apertura en todos los órdenes de la vida. Pero sobre todo, la libertad de hacer lo que decidan sin que nadie desde Chicago o cualquier otro centro de poder, coloque por ellos y en su nombre un altoparlante o un lienzo o una bandera que bastantes imposiciones ha padecido. Y aunque Tania se coloca en La Habana, viene de Roma, Chicago o París.
Su basamento conceptual parecía endeble, sobre todo cuando se mostraba un podio de escuelita detrás de unas banderas lánguidas como el nuevo escenario de la libertad. ¿Es desde las ruinas de esa iconografía que se perfila una imagen de futuro? No lo creo. Ahora proponía resemantizar la plaza de la Revolución.
Las generaciones de los últimos años son muy imprevisibles pero no me imagino a un rapero, a un actor de los novísimos, a ninguno de los jóvenes que conozco –de lejos– entusiasmado en arrimarse al podio fosilizado y hablar desde allí de sus necesidades. No me refiero a los cuarentones de la edad de Tania sino a los de veinte y treinta años. Tienen sus espacios y van a conquistar por ley de la vida todos los espacios. Pero no es la primera vez que me equivoco. Por otra, ¿qué se puede decir en un minuto? Quizás muchísimo. Pero el performance olía a viejo, como truquero y de golpe bajo su performance en Colombia, que por cierto defraudó a muchos allí que lo han contado y le hizo un flaco favor al Instituto de Performance. Pero era arte y como arte se discutió, igual que su ruleta rusa –con bala de verdad– es escalofriante y aunque merece mis respetos, la vida de Tania vale más que su performance, que todos los performances y en eso se me parece una hijita de papá, bastante confundida. Nada justifica, sin embargo, la cárcel para impedir su celebración.
Si Tania llega por la vía del arte, acepta otro lugar con menos carga histórica. En Los Angeles, el
Una vez escribí sobre la ligereza con la que un término del teatro se usa para la política, sats. El uso y no a la reapropiación. Ahora el espacio del performance –que tantos han ennoblecido y cultivado– se convierte en una barricada defendida desde la Torre de la Libertad de Miami donde una mayoría desaprobaría que algo semejante hiriese a sus políticos o a sus electores y el último lugar –dicho por la propia Tania en Colombia– con el que hubiese querido asociarse. Pero se ha asociado sin querer o queriendo con los que ante la sola posibilidad de un cambio, ven perjudicados sus intereses e intentan lastimar el camino sin haber comenzado.
Espero un final feliz para Tania.
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