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Fotografías de Grandal |
Cualquiera pensaría que su aparente tosquedad era falta de técnica, pero le sobraba. Parecía un actor ambulante, uno más, pero no. Narraba y se hacía oír, bailaba y cantaba, era cada vez uno de esos otros que con naturalidad hizo en el teatro y el cine. Alumno de Morín en los cincuenta, me consta la admiración y el respeto que se tuvieron. Alguien en un bar le cantó.
Levántamelo María.
Levántamelo José.
Si tú no me lo levantas.
Yo te lo levantaré (repetir).
Y lo incorporó al texto y a la partitura escénica y lo puedo recordar como si estuviera en el patio de la fotografía.
Con su abrigo empolvado y su traje de yute, se acompañaba con las claves como el griot, el mambí, la imaginación y la voluntad inclaudicable de la ciudad.
Los diagramas florales de Vanuatu, según ha contado Juan Goytisolo, son Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad porque el origen de la narrativa se pierde en una galaxia de cuentos. No hay manera de perpetuar, sin embargo, el linaje de los actores. Salvo en el cine—donde una y otra vez podemos admirar a Liliam Gish haciendo el ícono de la sonrisa en Broken Blossoms– el gesto social que deseó Brecht mucho más tarde, los actores trabajan como los maestros de la narración en relatos de “arena”, que el tiempo desbarata. Pomares quedará en sus tantos nobles y tiernos personajes del cine pero también en la memoria de esos relatos del teatro en el que creí (mos) aunque sea irrepetible.
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