Lo más parecido a la «emilioteca» que se me ocurre es el
Museo de la inocencia, en
Estambul, con los objetos cotidianos de la novela del mismo nombre, de Orhan Pamuk. Por más de cincuenta años, Emilio Cueto ha atesorado objetos, libros, recuerdos, memorabilia y arte de Cuba en su apartamento de Washington de la misma forma que ordena y se confabula la memoria. Mi hija me habló de ella cuando representó en Washington
La noche de los asesinos con Gala Teatro, hace mucho más de diez años. Al revés que Pamuk, que según he leído, recogió desde las cajas de fósforos hasta los objetos cotidianos más insospechados para las vitrinas de la calle Çukurkuma, Cueto ha elaborado el guión de su única colección.
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Del taller de Horacio Ruiz |
Me apasiona la Cuba material, el desgaste físico y emocional de los objetos que nos han pertenecido y perdimos o se han ido con nuestros fracasos o han seguido su vida en la de otros. Pero nadie en la isla pudo hacer la obra de Cueto. Hubo que reutilizar una cinta de grabación porque no había vírgenes aunque la voz grabada fuese la de Lezama Lima o Eugenio Barba, entregar a las bibliotecas los libros regalados o donados, y utilizar las portadas de las revistas para forrar las libretas escolares. Recuerdo una portada de Aldo Menéndez para
Revolución y Cultura que ilustraba con ironía cómo hacerlo, pero no la conservo.
El sentido de lo provisional y mutante se adueñó de la vida cotidiana en
feroz lucha por preservar lo necesario sin pensar en el día después.
Por eso son tan respetables entre tantos José Veigas, María Lastayo,
María Antonia Cabrera Arús y Eusebio Leal, que salvaron lo que otros
perdimos. Me consuela pensar que en alguna parte estará un pedazo de
telarte, un removedor de Tropicana o una polimyta. ¿Qué depara la
colección de Cueto al investigador del teatro?
La digitalización no nos dejará mentir. Otros han guardado por nosotros. "Todo está en el archivo".
En la colección de los papeles de Héctor Santiago, junto a documentos muy valiosos como el programa de
La vuelta a la manzana, de René Ariza, puesta de Teatro Estudio, el del
Teatro de Muñecos de la Habana.
¡Qué honor, Rosa Ileana!
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