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Cartel de Rolando de Oráa |
La obra, conocida como El velorio de Pachencho, es más bien pobre y se basa en el ardid que traman los compañeros de estudios de Francisco Albuerne y Pinzón - "recogido" en el mísero cuarto de un solar- para obtener dinero con su entierro. Lo mejor es la entrada de Pachencho (recuerdo a Julito Martínez), borracho y de frac, con sus frases incoherentes y sin sentido, sus juegos de palabras y sus discursos, entre ellos uno muy inflamado sobre la lucha entre el capital y el trabajo, que hace decir a Arturo que Pachencho es "sovietista" y le manda a buscar la payama que le trajo su tío de Rusia. O el parlamento en el que busca trabajo como motorista en la ¡Havana Electric Railways Company¡ y mientras llena la planilla, sí, como después en Piñera, se burla de la humanidad. Las situaciones cómicas se producen durante la fingida muerte, las condolencias, los equívocos y enredos alrededor de la componenda para que se "crea" muerto mientras venden papeletas y escogen el ataúd y las honras fúnebres.
¿Quién desenreda el entuerto? La mulata Rosalía, zalamera y provocadora, que se esconde y descubre la farsa. A pesar de estar distanciada de Pachencho, lo perdona al final que, como siempre, con la rumba bailada por toda la compañía, es de reconciliación.
La versión callejera y ambulante de los vecinos de Santiago de las Vegas, de la que nunca tuve noticia entonces, prolonga la fiesta más allá de los predios del solar con el muerto de rumba hasta el cementerio, como en el Cabildo Teatral Santiago la comparsa, pero como sucede con la fiesta popular o el carnaval, para escribir con propiedad, hay que vivirlos.
La nota en Cuba Debate
La celebración del 2010
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