
Firmado por M. S. (iniciales que no he logrado identificar), Nuestro Tiempo publica un texto muy exhaustivo (“Juana de Lorena (una nueva experiencia en nuestro teatro)”con las ideas de Vicente sobre el montaje, al parecer extraídas de un texto mayor. De ahí que tanto el artículo sobre la adaptación como el del “resurgimiento” se refieren no a batallas ajenas sino a las personales del joven director. En el primero defiende revitalizar los clásicos así como su concepto de adaptación, su elección y la de su amigo Fermín Borges, cuya obra “Pan viejo” presenta en la revista. Es una nota muy breve, pero significativa, ya que era una de las esperanzas de los jóvenes ante la ausencia de la dramaturgia nacional.
Resurrección y resurgimiento son palabras usadas por los críticos establecidos, de Suárez Solís a Francisco Ichaso, después de la creación de las salitas. Revuelta, a contra-corriente, piensa que éste se lograba en detrimento del público y favorecía sólo el morbo, lo picante y el astracán. “Cuántos «amores íntimos», cuántos adulterios, cuánto erotismo banal, cuántos casos morbosos y de un ocioso cosmopolitismo, cuántas tonterías picantes están siendo manipuladas o desvirtuadas en casos de obras muy superiores a su resultado de «interpretación y adaptación»” escribe. Otra de sus constantes fue ampliar el concepto de público, limitado a un sector de la capital y desde luego minoritario. Paradójicamente es Andrés Castro el único que en esta etapa realiza giras por el interior del país y llega a alquilar el Martí para llegar a otro tipo de espectador y será una de estas salas comerciales, la Hubert de Blanck – propiedad de Teté Collazo y María Julia Casanova–, recordadas por Vicente como unas «señoras muy buenas», donde logra realizar su experimento con Juana... y más adelante, Las medallas de la señora Ana, de James M. Barrie, con Nena Acevedo y Pedro Álvarez y en Prometeo, Knock o el triunfo de la medicina, de Jules Romains, cuando Morín viaja a Europa y el diseñador Andrés le cede el espacio. Otros montajes suyos se presentan en Nuestro Tiempo, GEL y Atelier. Pero el de Knock.. decide a muchos unirse al carismático e inteligente director y comenzar la aventura de Teatro Estudio. El Hubert nacionalizado será su bastión.
El pensamiento de Revuelta se vuelca a eso y se plasma en dos manifiestos de Teatro Estudio, que, aunque firmados colectivamente, responden a su ideal, crear un grupo. El primero, fechado en 1958, lo da a conocer y el segundo, en abril de 1959, desata la polémica que moviliza incluso a Piñera acerca del fantasma de un arte dirigido. Revuelta disipa las dudas en una entrevista de Rine Leal en Lunes de Revolución que valdría considerar en este rescate: “No vamos a atacar a nadie”. El grupo se ha pronunciado por un teatro social y revolucionario mientras discutían que El alma buena de Se-chuan, de Brecht, “no les funcionaba”, “no estábamos haciendo lo que debíamos”. Está al rojo vivo la polémica, la lucha de ideas, la confusión petardista con la visita de Pedro Asquini, director argentino invitado por el Che Guevara, la dicotomía entre el actor épico y el stanislavsquiano y Vicente no retrocede pero confirma: “No se trata de un ataque sino de un llamamiento a las conciencias artísticas y creadoras del país” y aclara no era un ataque personal contra nadie sino un alerta mientras enumera a los autores dispuestos a trabajar con ellos en esa dirección– de Rolando Ferrer a González de Cascorro. El entrevistador considera desvanecido el peligro de una dirección totalitaria.
En una temprana muestra de su permanente insatisfacción, ya en su primer acercamiento a Brecht, éste no le complace y busca otro camino. Así, su filiación al Método se relativiza y mira de otra manera en sus afiebradas intervenciones en el coloquio ”Los teatristas cubanos conversan sobre Stanislavski”, donde participan además Adolfo de Luis, Miriam Acevedo y Roberto Blanco. Volverá a Brecht, pensará en Grotowski, teorizará sobre Martí y Artaud, hablará sobre Gurfieff. Etapas breves como maderos al fuego.Agradezco este dossier excelente y me sumo a buscar también el Vicente disperso (pienso en las notas al programa de Peer Gynt) y el inédito, magisterio recogido en los trabajos de diploma escritos por sus alumnos, para lograr el retrato que él mismo se ocupó de desdibujar.
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