
Después resultó que tenemos amistades comunes, intereses compartidos y que a su vez (cosa muy rara) el actor quería leer sobre la historia del teatro y la de Cuba en particular. Pero Yamil es escritor, no me cabe la menor duda y su relato de tres fósforos (primos) cantantes y bailadores, llamados Tito, Cuco y Yuyo lo demuestra. Aventura o viaje iniciático, estos fósforos no quieren ser encendidos. Sin embargo, si la escritura es un don que no se ejercita en talleres literarios y es o no es, la relación con los objetos, la creencia de que una caja de fósforos puede ser un espejo, un barco o una golondrina, viene del teatro y el narrador, a partir de la más leve y contundente materialidad, vuela y echa a volar a los lectores con relaciones enrevesadas y sencillas entre los objetos que amamos y a veces desechamos. Un zapato viejo o un globo, todo sirve al relato como al titititero le valen los dedos y las sombras. Como al mago, el sombrero. Si añado que la edición es escrupulosa (difícil no hallar en estos tiempos erratas en los libros) y el papel y la tipografía, preciosos, sólo me queda decir que las ilustraciones de Thays Valdivia, que acompañan al libro con disimulo, como quien no quiere molestar, son eficaces a la historia y destacan por la belleza del trazo y por su falta de estridencia. Ninguno de los dos quiere decir llegué, estoy aquí, sino entren, miren, lean, vengan con nosotros al viaje que – según la página 135 y la 137– será editado en inglés, tiene una versión digital y lo mejor, una segunda parte.
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